Vendí una casa porque tenía que subir escaleras y mirá todas las que tengo que subir ahora ¡todo sea por Abel”, exclama una señora jubilada mientras un joven que la guía a su butaca se dispone a llevarla a una de las tribunas más alejadas del Orfeo Superdomo.
La noche del viernes fue toda “por” y “para” Abel. Diez minutos después de la hora programa, las luces del escenario se apagaron y comenzó a escucharse “Ooo, ooo, oooooo”. Un coro que para algunos quizá no signifique nada pero que para los presentes, dada la entonación, eran los primeros segundos de Aquí te espero, canción que marcó el inicio del espectáculo.
“Es una felicidad enorme tener la oportunidad de brindar estos conciertos. Un año atrás cumplía el sueño de tocar aquí por primera vez y adelantar algunas canciones de Abel y que hoy estemos nuevamente aquí para cantarlas todas es una gran felicidad. Gracias por confiar. Espero estén contentos y cómodos porque este concierto va para largo”, y así fue. Entre canciones de Abel, su último disco, y algunos otros hits que no podía dejar de lado como La llave, Revolución, Todo está en vos, No me olvides y Aventura, el recital duró poco más de dos horas.
Un artista completo
De principio a fin, Abel actuó, gesticuló, sintió y cantó cada canción de una manera tan intensa que por momentos hacía dudar si se trataba de un concierto o de una obra de teatro.
Cada frase tenía un significado distinto y él se encargó de que el público lo sintiera así. No importó si para lograrlo tenía que arrodillarse en el piso, subirse a una silla, bailar de un extremo a otro del escenario, o hacerles creer a miles de personas que estaba al borde del llanto cuando hablaba de amores terminados o soledad.
La noche del viernes Abel se entregó por completo al público y la gente se lo agradeció. Tanto, que llenaron felices el silencio generado durante la interpretación de Motivos, cuando un problema eléctrico hizo que los micrófonos del superdomo se callaran por unos segundos. “Estas son cosas que pasan en los conciertos en vivo”, explicó Abel, pero el público no se quejó. Para ellos fue una oportunidad más para demostrarle a su ídolo que conocen de memoria sus letras y que pueden oficiar como los mejores coristas cuando las circunstancias lo requieren.
Montaña de emociones
“En todos los conciertos hay momentos que son especiales, porque hay canciones que son especiales. Pienso que de alguna manera, cuando uno comparte estas emociones y ellas son felices, las acrecienta, y cuando no lo son tanto, nos permite volverlas más amables, llevarlas de una manera más agradable. Para mí, esta es una de las partes más especiales del concierto”, dijo y cantó El mar, canción que movilizó hasta al acompañante más desprevenido.
Abel Pintos hizo de su espectáculo una montaña rusa de emociones. Entre cantos a la alegría, la soledad, el amor y la libertad fueron dos horas muy intensas. Incluso tuvo su momento “tenso” cuando las fans comenzaron a coro: “A ver, a ver, cómo mueve la colita”.
“Ustedes no saben lo vergonzoso que es estar en el escenario y hacer esto”, expresó, y resignado se dio media vuelta para cumplir, según él, con un “fetiche innecesario”. Pero el enojo no duró más que un rápido meneo de sus atributos.
“Yo creo que lo más preciado que tenemos es el tiempo y que hayan puesto su tiempo a nuestra disposición nos hace sentir vivos, felices de estar vivos”, agradeció el artista. Y los miles de presentes regresaron a sus hogares con la seguridad y felicidad de saber que, esa noche, Abel se entregó por completo a ellos.
Fuente: La Voz